Paula Molina
Chile, para BBC Mundo
«Cuando llegué, La Moneda estaba en llamas». Así recuerda Alejandro Artigas el momento en que entró al palacio presidencial para apagar el incendio provocado por el bombardeo y el asalto durante el golpe militar de 1973.
Artigas tenía en ese entonces 24 años y fue el primer bombero en poner un pie en la casa de gobierno el día que se interrumpió la democracia chilena.
El palacio presidencial en Santiago había sido bombardeado a las 12:05 por la Fuerza Aérea, mientras el presidente Salvador Allende y sus más cercanos, todos civiles, permanecían en el interior.
Tres horas más tarde las brigadas de bomberos recibían el llamado y el permiso para entrar al edificio. Con 24 años, Artigas, oficial a cargo de la guardia nocturna de la Primera Compañía de Bomberos, salía a combatir el fuego en medio de las últimas ráfagas de balas que cruzaban el centro cívico chileno.
En la casa de gobierno semidestruida, Artigas vería detenidos boca abajo en el suelo, heridos en el interior del edificio y casi por accidente, el cadáver de Salvador Allende.
«Cuando uno mira hacia atrás, con todo el horror que pasó, es como una obra sin sentido. Algo entre raro y dantesco», le dice Artigas a BBC Mundo.
«Aquí no recula nadie»
«Era teniente primero de bomberos, era soltero, vivía en el cuartel. Allí tenía mi cama, mis cosas y mi uniforme a mano. Si había una alarma, tomábamos el uniforme y nos tirábamos por un tubo hacia la máquina», rememora Artigas, hoy rector de la Escuela de Bomberos de Santiago.
«Estaba durmiendo cuando a las 6 de la mañana recibo el llamado del Comandante». A partir de ese minuto, Artigas deberá seguir acuartelado. No terminará su misión hasta las 11 de la noche de ese 11 de septiembre.
Ese día eran unos 12 o 14 bomberos en el edificio. Están ubicados a cuatro cuadras de La Moneda. Esperan con el uniforme puesto. Desde las ventanas ven pasar raudas las tanquetas. Pegados a la radio, escuchan que La Moneda está siendo rodeada. «Y empiezan a sonar las balas», recuerda Artigas.
En la guardia había partidarios y opositores a Allende. Pero dormían juntos, comían juntos, apagaban incendios juntos. Y sabían que habría fuego y ellos tendrían que salir a apagarlo.
«Mirábamos por una ventanita angosta, uno arriba de los otros. Cuando vimos pasar los aviones supimos que era irreversible. Pero junto con eso, vimos el fuego, vimos llamas. Vimos que la bandera se empieza a quemar en La Moneda y se cae a pedazos».
«Sólo podíamos decir ‘qué horror’, y concluimos que ya no había vuelta atrás. Era como si se hubieran separados tus padres y hubieran quemado la casa. Era quemar la casa para vencer al otro».
Bajaron al primer piso, donde estaban los carrosbomba, y Artigas recuerda que arengó a la guardia. Habló de enfrentar un momento peligroso y defender los colores y el honor de la compañía.
«Y dije, sabiendo que había amigos afines al gobierno de la Unidad Popular, que si alguien tenía una objeción de conciencia, o sentía un temor más allá del temor de servicio, yo entendía y autorizaba a que se retirara. Pero que cuando nos dieran la orden de salir, tomábamos un compromiso. En un chilenismo, les dije, cuando den la orden, aquí no recula nadie'».
Una obra sin sentido
Partieron a las tres de la tarde. El asalto a La Moneda ya había terminado cuando Artigas entró como primer bombero y oficial a cargo por la misma puerta por donde saldría en unas horas el cuerpo sin vida de Allende. Las balas sólo se escuchan afuera del palacio. Adentro ya no hay resistencia.
«Cuando entré los detenidos estaban la mayoría afuera, en el piso. Me encontré con heridos, estoy casi seguro de haber visto algunos muertos. Y muchos militares».
«La Moneda estaba en llamas, pero el fuego ya llevaba tres horas, iba corriendo hacia el sur poniente. Era el típico fuego de la casa antigua, en que se quema la madera, parte de los muebles», explica el bombero.
«El primer piso de La Moneda era muy sólido, de muros gigantes. No había mucha tarea ahí», le dice a BBC Mundo. «En el segundo piso había un vestíbulo. Allí yo vi mucho armamento. Y ahí sí que había fuego, en el techo».
Pensando que debe extinguir ese foco lo antes posible, Artigas sale del edificio para conectar la bomba al grifo. «Me cubrió un militar. No era que nadie disparara a los bomberos. Yo creo que la gente disparaba nomás. Y la persona que me cubría a mí también, disparaba hacia arriba nomás mientras yo agachado trataba de abrir el grifo. Pero cuando lo logro abrir, del grifo no sale agua».
En una escena que Artigas recuerda incrédulo, se ve haciendo gestos hacia el interior del tanque que está detenido sobre la tapa de la matriz que le permitirá sacar agua. «Me asomo por un vidrio muy oscuro del tanque y le hago gestos para que retroceda. Se baja un tipo a gritarme, y le muestro la tapa, le digo que se corran, que necesito agua. Cuando mira uno hacia atrás, con todo el horror que pasó, es como una obra sin sentido. Entre dantesco y raro”.
A dos metros del presidente Allende
Alejandro Artigas hoy es miembro del directorio del Cuerpo de Bomberos de Santiago tras una larga carrera en la institución. 40 años atrás, no sólo presenció el incendio que quebró la historia política chilena. También fue uno de los primeros en saber que Allende había muerto en La Moneda.
«Estaba muy oscuro adentro de La Moneda. En el sector de la oficina del presidente, que era el sector norte, no quedaba nada, sólo los muros, allí no había techo», le describe a BBC Mundo.
«Llegué al salón donde estaba el cadáver del presidente de forma totalmente casual. No me correspondía estar ahí», reflexiona.
Una vez que el General Palacios, que dirige el asalto a La Moneda descubre que Allende se ha quitado la vida, decide filmar el cadáver, como evidencia. «Pero eran grandes salones con cortinas, quizás ya eran las 5 o las 6 de la tarde, no había electricidad. Entonces necesitaban luz. Luz, bomberos. Nosotros teníamos unos focos grandes, unos ampolletones pesados, gordos, como busca-caminos. Y se pide eso».
Artigas cuenta que ve a un bombero sosteniendo el foco. Está horrorizado, describe. «Voy pasando y veo al muchacho con una cara de angustia horrible. Porque la imagen era tremendamente fuerte. Una cosa es ver a una persona muerta, eso ya te produce una sensación de dolor. Pero otra cosa era ver lo que había pasado con el presidente».
Artigas decide tomar el relevo y el foco. «Entré, por curiosidad histórica, por una mínima solidaridad, la cosa es que entro con el foco y a dos metros, el presidente Allende».
«Lo vi muy cerca, con mucho detalle. Vi la metralleta, su ropa. Llevaba un chaleco muy especial, porque Allende siempre fue un hombre muy elegante y ese día andaba con un suéter de lana. No era la imagen que uno acostumbraba a ver de Allende, siempre con su terno oscuro, camisa blanca, pañuelo en el bolsillo. Tenía la chaqueta puesta. El resto no es para contarlo… no».
«Yo no sé qué pensaba cada uno por dentro, pero la situación era solemne. Estaban todos ciertos de que ahí estaba el presidente. El hecho era ése. Muerto, pero era el presidente. Lo que yo vi era una cosa solemne, casi nadie hablaba. El general Palacios hace un comentario: ‘Que quede constancia que pedí una bandera'».
Artigas fue testigo involuntario de que se buscó una bandera para cubrir al presidente. No se encontró ninguna y el cuerpo de Allende se cubrió con un chamanto, un manto de lana fina que usan los campesinos.
«La puerta era angosta. Lo llevaban los militares, pero todos andan con trajes gruesos, fusiles. Cuando pasan por la puerta los bomberos ayudan a cargarlo y cuando salen un fotógrafo toma la imagen de los bomberos sacando a Allende».
«Yo estaba en ese momento afuera. Yo entraba y salía, entraba y salía, seguía trabajando y al momento que sacan el cuerpo me quedo mirando, como todos los que estábamos ahí. Veo cuando abren la puerta de la ambulancia y lo suben. Para muchos fue un momento tremendamente fuerte, muy angustioso. Era la prueba de que Allende estaba muerto. Y yo volví a entrar a La Moneda».